Por César Ríos (*)
El pasado suele traernos al presente historias sorprendentes, increíbles, que demuestran la resiliencia (hoy palabra de moda) de personas que logran sobrevivir no solo a los hechos que vivieron, sino al permanente olvido al que son sometidos durante mucho tiempo y que suele ser más doloroso que todo aquello que haya vivido.
La historia de Abel Ojeda es una de ellas. Es de la ciudad de San Lorenzo, provincia de Santa Fe, y en 1981 fue incorporado al Servicio Militar Obligatorio, la famosa COLIMBA, cuyo acrónimo señalaba la vida de los jóvenes en los cuarteles: correr, limpiar y barrer. Pero no siempre fue así, hubo un período de la historia argentina en que los “colimbas” participaron de una guerra. Y la Armada Argentina los preparó para eso, pues sabía con suficiente antelación que recuperar las islas Malvinas era una operación concreta y posible. Y ello ocurrió en la madrugada del 2 de abril de 1982. La recuperación, llamada “Operación Rosario”, fue planificada con mucho detalle por el Almirante Carlos Busser y contó con la participación de fuerzas de la marina y comandos del ejército.
Abel fue incorporado en la cuarta tanda del año 1981 a infantería de marina de la Armada. Luego de pasar por el período de entrenamiento en un predio de Pereyra Iraola, conocido como “el infierno verde”, denominado así por estar rodeado de vegetación, por la intensidad del entrenamiento y por lo que significada transitar por ese lugar en plena dictadura militar. Fue tan terrible el entrenamiento que falleció un soldado y otros resultaron heridos como consecuencia de una explosión. El clima que se había gestado en ese lugar era un anuncio de lo que ocurriría meses después en Malvinas.
Luego de esa dura experiencia fue designado en el Batallón de Comunicaciones de la Fuerza de Apoyo Anfibio en la Base Naval de Puerto Belgrano en Bahía Blanca. El entrenamiento continuaba sin descanso, alternado con el aprendizaje de todas las rutinas de comunicaciones.
Cierto día, por una porfiada inconsciencia, durante una discusión con un compañero cordobés acerca del nacimiento de Ernesto “Che” Guevara, si había nacido en Rosario o en Alta Gracia, lo llevó a escribir en un papel su afirmación de que había nacido en Rosario. En esa época, solamente hacer referencia al guerrillero archienemigo de los militares podía costarle la vida a cualquiera. No es como hoy que la imagen del “Che” es románticamente exhibida en remeras, gorras o cualquier chuchería de recuerdo turístico.
Lo cierto es que todo esto llegó a oídos de los jefes y Abel comenzó a transitar un camino impensable. Interrogatorios y torturas fueron el preámbulo para terminar envuelto en una situación de alto riesgo internacional.
Logró sobrevivir gracias a su temple y habilidad y a su insistencia en la inocencia. Y, aunque resulte paradójico, gracias a Malvinas. Oficiales de varios rangos ya estaban trabajando en la planificación de la recuperación de las islas. Tenían en mente otros enemigos, los de adentro ya había sido prácticamente eliminados.
Abel fue dejado como en un limbo, regresó a su batallón pero con la orden de no hablar con nadie y evitar el contacto con sus compañeros. Llegó poco antes del 28 de marzo, fecha en que la flota de mar partió hacia el sur. En el camino y luego de una épica tormenta que casi obliga a abortar la misión, la mayoría de los integrantes de la flota se anoticiaron del verdadero destino de tamaña actividad.
Abel logró tocar suelo malvinense con algunos de sus compañeros, pero a las pocas horas regresaron al continente en el vuelo de un Hércules. A los pocos días fue destinado a la sección “guerra electrónica” en Río Grande en la isla de Tierra del Fuego. Se instaló con un par de compañeros en la casa llamada “la oveja negra”, ocupada en su mayoría por personal de inteligencia de la marina. Allí transcurrieron los primeros días montando antenas y llevando partes de comunicaciones hasta las oficinas ubicadas en el centro de la localidad. Hasta que un día dos militares sin identificación (sin jinetas, que son las que determinan si es oficial o suboficial y a qué arma pertenece) lo detuvieron en la casona. Se quiso resistir, pero lo redujeron. Luego fue transportado a Capital Federal.
Como en su momento de “detención” anterior siempre fue conducido encapuchado, aturdido por los golpes y hasta drogado. Los recuerdos brotan como pústulas y armar ese transitar ha sido un trabajo de años.
Una vez en Buenos Aires, y luego de pasar por el edificio Libertad, sede de la Armada, fue llevado por un grupo desconocido y de civil hasta la Esma. Allí le confeccionaron un pasaporte falso y vivió algunas otras situaciones similares a la de un detenido-desaparecido.
Fue entregado a un capitán en el aeropuerto de Ezeiza, golpeado, mal vestido con su ropa de civil (sin medias y sin calzoncillos, porque los que tenía eran provistos por la Armada), lo que generó la queja del capitán. Nada le dijo esta persona, nadie le informó cuál era el motivo de semejante situación.
Terminó en España, sin saber qué hacía en ese país y con una persona al que reconocía como un oficial por la forma en que actuaba.
La operación Gibraltar
Ya en Madrid, el capitán y el soldado mantuvieron encuentros con algunas personas en la casa del embajador. En un estacionamiento subterráneo vecino a esa propiedad un militar de civil mantuvo un encuentro con el capitán y le entregó lo que luego Abel supo eran explosivos magnéticos.
Era el 2 de mayo de 1982. La noticia del hundimiento del Crucero ARA Gral. Belgrano conmocionó al oficial y al soldado que se hallaban tan lejos de su patria.
Ambos realizaron un periplo por varios lugares hasta que llegaron a Málaga. Allí, se encontraron con dos individuos que Abel supuso eran suboficiales. El capitán ya no estuvo más con ese grupo de tres que luego se reconocerían entre sí como el tano, el pelado y a Abel lo apodaron “el marciano”.
Abel sufrió de parte de esas dos personas constantes agresiones y discriminaciones. Con la misma ropa, sin dinero, sin documentación, constantemente con dolor de cabeza y con períodos de debilidad y amenazado con ser considerado desertor si intentaba irse, tuvo que soportar un maltrato permanente y ni siquiera sabía cuál era su rol en ese juego perverso al que era sometido.
El peñón de Gibraltar visto desde la ciudad de San Roque
Durante casi un mes deambularon por la zona de Algeciras, San Roque y la Línea, que rodean el peñón de Gibraltar en poder de los ingleses. De a poco se fue enterando que el objetivo del grupo era colocar explosivos en el primer buque de guerra británico que llegara al peñón para abastecerse y dirigirse a las Islas Malvinas. El tano era un experto buzo y sería el encargado de colocar explosivos magnéticos en el casco del barco, con reloj de retardo para tener tiempo de escapar lo más lejos posible cuando se produjese la explosión.
Recorrían la bahía en un gomón semirrígido, que adquirieron en el Corte Inglés de Málaga, simulando ser pescadores. La idea era hacer inteligencia sobre la seguridad y estar a la expectativa de la llegada de algún barco.
Finalmente ese día llegó. La mañana del domingo 30 de mayo fondeó un buque de guerra. Abel y el pelado estaban de acuerdo en colocar los explosivos en ese momento, ya que habían podido acercarse sin que a los ingleses les importara.
El tano optó por consultarlo con el capitán para llevar a cabo la operación durante la noche. Era mediodía y decidieron descansar. El capitán se dirigió a unas oficinas para cancelar el pago de los tres vehículos que tenían en alquiler. Allí fue interceptado por la policía española. Otro grupo de policías se dirigió al hotel Guadacorte donde se hallaban los otros tres integrantes del grupo. El tano fue detenido por la policía. El pelado y Abel lograron escapar por la ventana del tercer piso y esconderse en una habitación de planta baja. Dijeron haberlos visto escapar por unos cañaverales. Cuando la policía se fue del hotel, hacia la noche, el pelado y Abel salieron del escondite y se dirigieron a ver un contacto para huir hacia Marruecos. Nadie los ayudó, la policía los buscaba desesperadamente, hasta que fueron detenidos en la madrugada cuando intentaban escapar a pie por la ruta camino a Málaga.
Los interrogaban en una carrera contra el tiempo. Ya sabían cuáles eran las intenciones y desconocían si había más integrantes. Además, no lograban hallar el auto que contenía los explosivos.
Finalmente, el auto fue encontrado en un garaje. Se dirigieron a la playa y quemaron el bote que habían utilizado en las incursiones en la bahía de Algeciras. La policía intentaba borrar todo rastro del comando argentino. La orden del presidente español Calvo Sotelo fue la de borrar todo vestigio de ese intento de sabotaje y devolver a los argentinos a su país. En esos días España había ingresado como miembro de la OTAN y era un escándalo internacional si se supiera que desde suelo español se estaba planificando un atentado a los ingleses.
Regreso, olvido y recuerdos
El regreso de Abel no fue de lo más placentero. Continuó como detenido por su propio gobierno. Fue a parar directamente a Río Grande, golpeado y drogado. Recuerda haber estado en un lugar como si fuera un hospital y terminar duchándose en un baño de la Oveja Negra. Nada recordaba de lo ocurrido en España. Pasaron años hasta que pudo recobrar la memoria de a poco, recuperando trozos de imágenes oníricas que asaltaban su mente. Pudo recordar, reconocer gente y lugares. Y supo que el capitán se apellidaba Rosales y que los que él creía como suboficiales eran dos ex – montoneros: Máximo Nicoletti (Tano) y Diego Nelson Latorre (Pelado). Los montoneros trabajaban para el Servicio de Inteligencia Naval y formaban parte del ambicioso proyecto del almirante Massera de conformar un movimiento político una vez terminada la dictadura. Nicoletti ya era conocido por haber colocado bombas en la década del 70 al buque Santísima Trinidad, que luego formaría parte de la flota de mar que recuperó Malvinas. También se lo sindicó como el autor del atentado a un comisario de la policía federal, muerto con su mujer cuando navegaban con un yate que explotó en el río. Entrada la democracia, Nicoletti sufrió años de cárcel por haber integrado una banda de “mano de obra desocupada” (como se llamaba a los que habían integrado los servicios de inteligencia durante la dictadura) que robó un camión de caudales en la provincia de Buenos Aires. El “pelado” Diego murió en Ecuador con el nombre de Miguel Ángel Castiglia. Y del capitán Héctor Rosales se supo que murió poco después de la operación en España.
Abel nunca supo cuál fue la verdadera razón de que lo llevaran a una misión de tamaña naturaleza. Sus únicas habilidades eran su estado físico, ser un buen nadador y su capacidad de sobrevivir y sostener que era una buen soldado y que no tenía nada que ver con ninguna agrupación política.
El almirante Jorge Anaya y el jefe del Servicio de Inteligencia Naval (SIN), Eduardo Morris Girling, fueron los que idearon esta operación de sabotaje en Gibraltar. El objetivo era hacer creer a los ingleses que los montoneros intentaban participar a su modo en una guerra justa.
En un documental realizado por un cineasta español llamado “Operación Algeciras” se intentó dejar asentada una versión oficial de lo ocurrido. El protagonista de ese documental es Máximo Nicoletti y se negó a dar la identidad del Marciano y nada dice del escape del hotel.
Abel Ojeda, a los 19 años, en una fotografía de la Marina con el número de matrícula militar.
Durante la investigación llevada a cabo en España se logró obtener el testimonio de quien fuera gerente del hotel Guadacorte en 1982, Santiago López Bello, y dio la misma versión que Abel del escape del hotel. Versión que niegan dos de los policías que participaron del operativo de detención y el mismo Máximo Nicoletti. Evidentemente, el secreto de Estado impuesto por el entonces presidente Calvo Sotelo llegó hasta nuestros días.
Abel pisó suelo malvinense luego de participar en la “Operación Rosario” a bordo del buque de desembarco de tropas ARA Cabo San Antonio el 2 de abril de 1982. Fue llevado fuera del país a territorio extranjero y obligado a participar de un atentado en territorio enemigo. Nunca logró ser reconocido como veterano de guerra por la Armada. Se espera que algún día, cuando se abran archivos secretos, se conozca la verdad de lo que vivió un joven que solamente cumplió con el servicio militar obligatorio.
(*) Autor del libro “Operación Gibraltar. La verdadera historia de la Operación Algeciras durante la Guerra de Malvinas”.