Hacia principios del siglo XX dos vecinos de Ricardone, Emilio Torelli y Bautista Balán, habían instalado dos boliches muy cerca uno del otro, en una zona delimitada por la calle Néstor de Iriondo y el camino de la cremería, es decir en ese rincón de campo hacia el noroeste del pueblo. Allí existían chacras de colonos pero también se alzaban estos dos boliches en medio de una vegetación poblada en su mayoría por paraísos.
Eran conocidos como los boliches de la Media Legua y era el lugar preferido de todos aquellos aficionados al juego y a la bebida. Pero también se constituyó en punto de reunión de la actividad política. Se armaban candidaturas, se confeccionaban programas partidarios y hasta se urdían las conspiraciones pueblerinas más osadas.
En sulkys, jardineras, a caballo, a pie y hasta en algunos vehículos Fird T, muchos llegaban para asistir a bailes y fiestas populares que se realizaban los fines de semana o feriados. Pero la cotidianeidad del boliche, durante el resto de los días, era poblada por jugadores, bebedores y pendencieros. Y uno de ellos que se destacó por sobre el resto fue el inglés Harten. Porque a las otras cualidades del vicio se le sumó la de “Don Juan”, debido a su mechón rubió que le caía por la frente, a sus ojos celestes y a su porte inglés, que lo hacían elevarse ante los ojos de las damas de la región.
Harten había llegado a Ricardone desde Rosario, donde su madre le había prestado dinero para instalar un criadero de aves. Recorría la zona a caballo o en una motocicleta y nadie podía disputarle su juego ante las mujeres. Era un ganador, como también lo era en el juego, al que solía devolver lo ganado en una partida si veía que su oponente se quedaba en la ruina. Y, por supuesto, también era un campeón con el cuchillo. Su fama había trascendido la frontera del pueblo y todos conocían el diestro manejo del cuchillo en manos del inglés, que se decía había aprendido con el arte de la esgrima.
El inglés Harten cortejaba a una joven de familia conocida y su amor parecía ser tan profundo como su amor a la bebida. Pero quien también estaba interesado en la bella joven era el comisario Alfredo Bagnalasta. Por esta razón o por muchas razones por las que el inglés era respetado u odiado, el comisario “se la tenía jurada”, y Harten lo sabía, seguramente alguien se lo había advertido.
En los últimos tiempos el inglés Harten se había sumido en la bebida y en las aventuras amorosas y su granja se hallaba abandonada.
Una noche en que visitó a la joven, luego de beber en demasía en el boliche, se despidió diciéndole: “Esta noche o me mata Bagnalasta o lo último yo a él”.
El inglés se hallaba en una mesa en el boliche cuando ingresó el comisario acompañado de tres agentes, todos de civil y en clara actitud de agresiva búsqueda. Pero Harten no les dio tiempo a nada, apenas desenfundaron las armas de fuego logró desarmarlos, aunque le costaba mantener el equilibrio por la borrachera. Bagnalasta se sintió acorralado por la intempestiva arremetida del inglés y de un solo tiro en el pecho mató a quien lo había desvelado durante tanto tiempo.
Por supuesto las historias del inglés Harten trascendieron su época. Y se supo que durante mucho tiempo aparecieron en su tumba flores que colocaba una misteriosa mujer vestida de negro.