Combate de San Lorenzo: 3 de febrero de 1813 - 3 de febrero de 2025

Combate de San Lorenzo: 3 de febrero de 1813 - 3 de febrero de 2025

 

Con motivo de celebrarse el 3 de febrero un nuevo aniversario del Combate de San Lorenzo, publicamos la siguiente nota que expone las tácticas empleadas por los granaderos del libertador José de San Martín.

 

El gobierno encomendó al Cnel. San Martín (quien había arribado al país los primeros meses del año de 1812 junto con Alvear y Zapiola) la protección de la margen del Paraná, a fin de si podían impedir las incursiones realistas, o por lo menos escarmentarlas, restringiendo su libertad de acción.

Fuerzas patriotas partieron el 28 de enero del cuartel del Retiro y al frente del 1er. ESCUADRÓN de regimiento, 125 granaderos a caballo.

Este Cuerpo fue creado el 16 de marzo de 1812 por el propio Don José de San Martín a instancias del gobierno. El bautismo de fuego fue precisamente en el combate de San Lorenzo.

El seguimiento lo hizo durante tres noches desde Santos Lugares.

El 2 de febrero al atardecer, San Martín llegaba con su tropa a la posta de San Lorenzo. Allí se le informó que tropas realistas al mando del capitán Zabala acababa de proceder a una maniobra de desembarco y esta circunstancia, como la de ver anclados entre la costa y la isla los barcos que formaban la flotilla, aseguró a San Martín la convicción de que era San Lorenzo el punto en que los españoles harían su desembarco definitivo. En el acto decidió organizar su sorpresa y eligió como punto estratégico para consumarla el Convento de Propaganda Fide, que pertenecía a los Franciscanos y que se destacaba como atalaya mística en la llanura.

Lo raro del caso es que los mismos españoles se habían fijado en este convento, ya para descansar, ya para acercarse a sus muros, y acampados allí, llevar a cabo su plan de abastecimiento y de correría. Muy lejos estaba de ellos el sospechar que allí se refugiaban sus enemigos, y que, en cambio de la acogida cordial que descartaban por parte de sus moradores, se encontrarían con una carga militar que pondría fin a los propósitos agresivos de esa expedición. Para llegar al convento había dos puntos perfectamente diseñados en la barranca. Era el uno el conocido con el nombre de Bajada de los Padres y distaba del convento como unos trescientos metros, y el otro, el llamado Bajada del Puerto, a poca mayor distancia que el primero.

San Martín había ordenado que se apagaran todas las luces de la posta, para evitar que los marinos pudiesen observar y conocer así la vecindad del enemigo. En ese lugar, cambió la caballada, se reunió con sus granaderos y puso marcha hacia el monasterio, llegando a la parte trasera que daba entrada a la quinta, la cual estaba cubierta por la mesa arquitectual de la fábrica y que además escapaba a la vigilancia de los enemigos. Eran las diez de la noche. San Martín y sus granaderos comenzaron por apearse a sus caballos y cerrando inmediatamente el portón, se acuarteló en esos claustros seráficos.

 

Vigilancia y preparativos

La primera de las providencias fue la de distribuir la tropa y de tenerla pronta para darle, en momento oportuno, su consigna. Destacó después doce granaderos -los únicos que, según su propia confesión, tenían carabinas- y los destinó para que defendiesen la entrada del convento atrincherados tras de su puerta principal. Con el resto formó dos compañías o alas de ataque y después de reservarse él el comando de la que debía salir de aquel escondite trágico, como salieron los soldados homéricos del legendario caballo de Troya, colocó la otra bajo las órdenes del Capitán Bermúdez, “bravo oficial -dice San Martín-, pero novicio aún en la carrera”.

No contento con esos preparativos decidió constituirse en vigía y aprovechando el excelente mirador que le brindaba el monasterio, subió al campanario en compañía de alguno de sus oficiales y con ayuda de su anteojo de noche, clavó sus ojos en el horizonte y trató de darse cuenta de las maniobras y propósitos que en ese momento evidenciaba el enemigo. Desde la primera vez que subió a esas alturas, el futuro héroe pudo cerciorarse de que el desembarco español era inminente. Su vigilancia y observación le permitieron llegar a contar el número de soldados que pasaba de los buques a los botes y de esos a la barranca. En un momento dado, interrumpió esta vigilancia y bajado del campanario procedió a distribuir la tropa y a fijarle su última y definitiva consigna. Realizado esto, volvió a subir a su mirador y llenado su cometido bajó nuevamente pronunciando esta frase: "Ahora, en dos minutos más estaremos sobre ellos, sable en mano". Ya en ese entonces San Martín había vuelto a vestir su uniforme de coronel y montando sobre su caballo, se dirigió a la tropa proclamándola en estos términos: "Espero que tanto los señores oficiales como los granaderos se portarán con una conducta, y al cual merece la opinión del regimiento".

En ese momento el comandante Zabala y su tropa habían completado el desembarco, y perfectamente uniformado, a paso militar y al redoble de sus tambores, se dirigía hacia el convento con la absoluta convicción que dentro de poco serían recibidos cordialmente por sus moradores.

 

 

El combate

Fuerzas realistas a cargo del comandante Zabala se divisaban con dos piezas de artillería, una banda militar con los instrumentos suficientes -pífanos y tambores-, para realizar su marcialidad y además custodiada por sus bayonetas, y la bandera, que pronto iba a quedar como trofeo en manos de los patriotas.

Cuando San Martín los vio, supo ya a la distancia que su táctica le indicaba apta para la carga -dícese que los españoles se encontraban a doscientos metros poco más o menos del convento- sus granaderos volvieron a salvar los umbrales del portón por donde habían entrado y dividiéndose en dos columnas, desenvainados los sables, lanzándose sobre los realistas en forma oblicua sobre la línea derecha e izquierda, respectivamente. El primero en llegar a presentarse ante los españoles fue San Martín. Zabala no esperaba semejante encuentro, sintió el choque de la sorpresa, pero reaccionó en el acto. Lanzó vivas al Rey y trató de resistir lo mejor que pudo a la carga intrépida y valerosa de los granaderos. Muy pronto se convenció de que la resistencia no le daría la victoria y trató de ponerse a salvo volviendo a buscar el paso barrancoso por donde momentos antes había subido a la llanura aquella muy confiado en sí mismo.

El plan de San Martín estaba calculado para concluir con los españoles en forma fulminante. Desgraciadamente, Bermúdez, que era el Jefe de la otra columna de ataque, se lanzó a un rodeo mayor que el descripto por San Martín y sus granaderos, y cayó sobre el flanco izquierdo enemigo cuando el combate ya se había desempeñado e iniciado el desbande. Con todo, su presencia no careció de oportunidad y al verse el jefe realista atacado por dos columnas inflamadas por el mismo brío, formó cuadro para hacer menos vergonzosa la derrota. Esa maniobra militar no le dio el resultado apetecido. En ese instante, rotas por una carga las líneas enemigas, los sobrevivientes al desastre emprendieron la fuga, cargados valerosamente por los granaderos. El combate duró breves instantes. Los patriotas no lanzaron un solo tiro, no emplearon más que sus sables y sus lanzas, y fue así cómo la caballería argentina, creada por San Martín, demostró su eficacia en ese día, en que los españoles fincaban su éxito en sus fusiles y en sus bayonetas. Fue aquel, no un combate de posición, sino un entrevero en que atacantes y atacados llegaron a la lucha cuerpo a cuerpo. Eran las ocho de la mañana, poco más o menos, cuando se pronunció la derrota, y al alejarse de aquel sitio, los españoles dejaron en el campo de combate cuarenta muertos, catorce prisioneros, doce heridos, sin contar a Zabala que también lo estaba y que, como muchos otros, fue a recibir su curación en la flotilla. Los trofeos que recogieron los patriotas fueron una bandera, dos cañones, más de cuarenta fusiles, ocho pistolas y ciento noventa y dos piedras de chispa. La bandera les fue arrebatada a los españoles por un alférez del regimiento -Hipólito Bouchard- quedando muerto en ese encuentro el oficial que la tremolaba. Además de Zabala, quedaron gravemente heridos los oficiales realistas Marury y Martínez. Los patriotas sólo dejaron en poder de los derrotados un solo prisionero, siendo quince el número de sus muertos y veintisiete el de sus heridos.

 

 

Cabral y Bermúdez

San Martín fue el primero en ponerse en contacto con el enemigo y, por ende, el primero también en poner en peligro su vida. El no lo dice en su parte, pero se sabe que en el momento en que se acercaba a la línea enemiga él y sus granaderos fueron recibidos con disparo de metralla. La bala hirió de muerte a su caballo, y al rodar por el suelo, un oficial español se acercó a él y trató de ultimarlo con un hachazo. Con un movimiento de cabeza San Martín desvió el golpe, pero no pudo impedir que el arma fuese a apoyarse en su mejilla izquierda, causándole una herida que felizmente fue de poca gravedad. Para los realistas, San Martín era una presa preciosa y un oscuro soldado quiso realizar lo que no había podido hacer el primero, y empuñando su bayoneta, se lanzó sobre él dispuesto a clavársela en el pecho. Fue entonces cuando llegaron al lado de San Martín dos granaderos -Juan Bautista Baigorria y Juan Bautista Cabral- y mientras el primero empuñaba la lanza, para herir con ella al oscuro soldado que intentaba concluir con la vida de su jefe, Cabral se apeaba de su caballo y extendiendo sus brazos cerraba con ellos a San Martín y lo ponía a salvo. Desgraciadamente, en ese momento dos balas enemigas dieron en el blanco y Cabral rodó a su vez herido de dos balas en el pecho.

Menos afortunado en esto que San Martín, lo fue el Capitán Bermúdez, a quien aquel designara para cargar sobre los realistas al frente de la segunda columna de granaderos. No contento con el desbande se lanzó hacia la persecución, con tan mala suerte que fue herido en una de sus rodillas. Catorce días después se le hacía la amputación de la pierna, pero falleció instantáneamente.

El triunfo de San Lorenzo fue la primera victoria en la que se consagraba el dominio terrestre y fluvial de la Revolución en la costa del Paraná, y la primera vez que en su patria de origen el vencedor de Arjonilla y de Bailén revelaba el poder destructor de su sable.

El 3 de febrero de 1813 los realistas recordaron con espanto y los patriotas consagraron este glorioso día a la admiración que inspira el valor de los héroes.

 

 

Publicado en la edición N˚ 56 de periódico SÍNTESIS, de fecha martes 2 de febrero de 1992. Cortesía del Batallón 121 de Arsenales San Lorenzo.