Violencias

Esta vez le tocó a un joven de nuestra región (cuya golpiza durante sus vacaciones en Pinamar por parte de una patota le produjo la quebradura de la mandíbula), pero la violencia se ha extendido en estas vacaciones en la costa argentina de un modo demencial.

Ya no basta con haber desafiado los consejos de salud para evitar contagios con el covid ni meditar sobre lo ocurrido con la muerte de Báez Sosa, en aquel último verano antes de la pandemia, cuando un grupo de rugbiers lo golpeó hasta la muerte.

Vidas jóvenes truncadas, una por ser víctima fatal y otras por tener que pasar muchos años en la cárcel. Todo eso por un momento de pasión incontrolable, pero con la fuerza que otorga la invisible droga que atraviesa todas las circunstancias de la vida de las personas que la consumen. Y no hablamos del simple porro que fumaba el hippie pacífico, hablamos de drogas pesadas como la cocaína y otras sintéticas que conducen al individuo a estados alterados de violencia que terminan en muerte, provocada en otros o en el mismo consumidor en sus variantes de suicidios, accidentes o sobredosis.

Lo que deberían ser vacaciones, momentos de diversión y relajación, se convierten en un infierno para muchas familias, que ven a sus hijos masacrados, asesinados, mutilados o golpeados severamente.

En la historia existen picos de violencia sociales que van cambiando de acuerdo a los momentos culturales de la sociedad. En la época que nos toca vivir la violencia urbana ha crecido considerablemente a la par de una evidente decadencia cultural y, cuando esto ocurre, las palabras, el entendimiento, el goce de la relación con el otro, es reemplazado por el lenguaje de la violencia, que desea imponerse bajo cualquier circunstancia, como en un incidente de tránsito, en la espera de una atención o simplemente por pensar diferente. Miradas furtivas se esconden en las sombras, impacientes, a punto de estallar ante cualquier resquemor, sabiendo que la respuesta ante un estímulo azaroso será la violencia, insensata y arbitraria como siempre lo ha sido en las relaciones humanas.

No es la violencia natural, aquella que los griegos distinguieron como fuera del orden social, sino la violencia cruel, impiadosa y brutal, típico símbolo epocal de cuando los seres humanos, alienados, pierden el rumbo de la existencia y cometen actos de una barbarie sorprendente. Aunque no estemos en esos niveles la historia nos señala el peligro que se cierne cuando esto empieza a ocurrir: quizás otros tipos de violencia se generen e invadan la paz de las sociedades.

¿Será la violencia humana justificada desde el punto de vista natural, al decir que es propia de nuestra especie, o será un engaño, una ilusión de creer que de ese modo nos plantamos ante la vida de un modo firme y valeroso?

Por ahora, y siempre, la violencia ha sido una consecuencia de la ignorancia. La única diferencia con otras especies es nuestra capacidad de pensar y desarrollar lenguajes complejos. No parece ser la violencia el destino del ser humano, pero es un camino que lo transita bastante.