La Empresa Provincial de la Energía, la famosa EPE, blanco de reclamos y de insultos por su accionar, a veces tan distante de la gente y de sus necesidades, parece no comportarse como una empresa eficiente. Y no me refiero a sus trabajadores, sino a su conducción y al poder que ejerce, quizás, un sindicato sobre las conductas más cerca de la inacción que del trabajo constante.
Es famosa la imagen que se ha popularizado sobre el accionar de la EPE en la que afirma que si hay cuatro empleados uno trabaja y los otros tres miran. Exagerada, como toda cargada puebleril, sin embargo señala una conducta que se ha extendido a lo largo del tiempo. Y no se trata de aquellos que están en la calle arriesgando sus vidas, sino también de los encargados administrativos, de los responsables de que funcionen las facturaciones, los reclamos, etc.
Por supuesto que la culpa no es de los trabajadores, sino de las conducciones, verdaderos responsables de velar que todo funcione como corresponde, porque quizás a nadie le interesa, cada uno está inmerso en su problema, en su área de trabajo y nadie exige que se cumplan con los deberes con la misma energía con la que se exigen que se cumplan los derechos. Y en todo ese embrollo los que pierden son la mayoría de los usuarios, que sufren las consecuencias de la desidia.
Y cuando se mueven las estructuras, cuando la rutina se agita por algún agente externo como en este caso el de la tormenta del pasado domingo, todas estas falencias quedan más expuestas. No hay excusas por la tormenta (ni por la cantidad de empleados que están aislados por el covid), porque todos los postes que se cayeron forman parte de una inmensa cantidad que deberían haber sido cambiados hace mucho tiempo. Valga como ejemplo un poste que se encuentra en Poucel al 1000, cuya inclinación desde hace mucho tiempo fue evidente, hasta que un vecino lo ató con una soga para que no cayera, luego de haber enviado dos cartas a la EPE de pedido de recambio en un término de dos o tres años. No se cayó en esta tormenta porque estaba atado.
Es de imaginarse los cientos de postes viejos, quebrados, podridos en sus bases, que deberían haberse cambiado por la acción planificadora de una empresa y no por avisos desesperados de vecinos.
Por supuesto que no es la única empresa que adolece de estas peculiaridades, diría que la mayoría se comporta del mismo modo, porque las causas no están en la conformación intrínsica de ellas, sino en una política global que no existe. Quien debe regular todas estas estructuras empresariales es el Estado, pues tiene que marcar rumbos, definir estrategias, planificar acciones, verificar que se cumpla con lo pactado, que es aquello que el ciudadano ha expresado con sus votos, es decir, el deseo de que la sociedad transite por determinado camino, que es el del trabajo digno, la libertad, la responsabilidad y todo aquello que surge de la Constitución Nacional.
Esta tormenta pasó y dejó sus consecuencias, como pasarán otras que vendrán, sin embargo, las consecuencias dependerán de las acciones que se lleven a cabo para evitarlas.
Prevenir es la palabra clave, el diccionario nos ilustra de sus variadas acepciones y de cuán potente es esta palabra en la realidad:
- Preparar, aparejar y disponer con anticipación lo necesario para un fin.
- Prever, ver, conocer de antemano o con anticipación un daño o perjuicio.
- Precaver, evitar, estorbar o impedir algo.
- Advertir, informar o avisar a alguien de algo.
- Imbuir, impresionar, preocupar a alguien, induciéndolo a prejuzgar personas o cosas.
- Anticiparse a un inconveniente, dificultad u objeción.
- Disponer con anticipación, prepararse de antemano para algo.
¿Tan difícil es tener presente esta palabra para planificar y evitar males mayores?
Muchas desgracias no son “caprichos de la naturaleza”, sino de las personas, que se niegan a comportarse en una sociedad como corresponde. De este modo evitaríamos innumerables problemas a los cuales depués le dedicamos mucho tiempo para quejarnos.