Política y vagancia

Platón y Aristóteles en La escuela de Atenas, pintura al fresco de Rafael Sanzio. Los dos filósofos griegos que entendieron a la política como un arte.

 

Durante los últimos años las elecciones en Argentina se han convertido, para una gran parte de la población, en un incordio, una molestia que les genera, además, un alto grado de escepticismo respecto a la elección de sus representantes. Como una forma de aislarse y de no formar parte de la responsabilidad de elegir a los ciudadanos que van a formar parte de un gobierno, ya sea municipal, provincial o nacional, no concurren a las urnas y su potencial decisión pasa a formar parte de los llamados votos en blanco. En estos tiempos en que concurrir a votar no es tan “obligatorio” como era antes, pues ya no interesa ni siquiera preocuparse para que administrativamente esté asentado que la persona fue a votar, el desinterés por la política se ha extendido y acentuado de modo significativo.

La palabra política hasta se ha comparado con un insulto, se la utiliza para denigrar, para señalar que quien ejerce el acto político está ejerciendo un acto de corrupción. “Los políticos” se ha transformado en una enunciación peyorativa, como si allá estuvieran ellos con sus politiquerías y acá nosotros sufriendo las consecuencias de su actos, como víctimas pasivas de una invasión alienígena.

No voy a analizar y desarrollar el origen griego de la palabra política, pero sí advertir que es una palabra que señala el accionar de una comunidad para velar por los intereses comunes. Y que mucho más acá, ya en la época de la Ilustración, con los planteamientos de Thomas Hobbes y Jean Jaques Rousseau, se teorizó para establecer un pacto entre todos los seres humanos para evitar una “guerra de todos contra todos”, porque la libertad de cada uno podía extenderse hasta perjudicar al otro. Se tenían que establecer acuerdos, normas, para poder vivir en paz y en libertad.

Thomas Hobbes, autor de Leviatán, el libro que destaca al Estado como absoluto.

 

Es decir, que todo lo que conocemos como sociedad organizada, en lo económico y en lo social, donde hemos establecido leyes para que todos respetemos, es un ejercicio puro de la política. Y quien tiene que velar para que eso se cumpla son los funcionarios del Estado en todas sus formas y funciones. Y esos funcionarios son lo que se eligen en las elecciones. O sea, que los que hoy están o estuvieron en esas funciones de Estado, fueron elegidos por la ciudadanía. Por lo que no es errado decir que son “nuestros verdaderos representantes”.

¿Llegaron mintiendo, se corrompieron con el poder, la verdadera intención de llegar era para acomodarse económicamente, los que llegaron son narcos, asesinos, se transformaron en dictadores, fueron débiles y sumisos a los poderes que están fuera del Estado, renunciaron, nos endeudaron, nos defraudaron…? Sean lo que hayan sido o son debieron pasar por las urnas antes de ser ungidos funcionarios.

Y los otros, los que están del otro lado, los enojados, a los que ya no les interesa nada, ¿qué responsabilidad les cabe? Aunque renieguen de todo, son tan responsables como la mayoría. Su ausencia ante las urnas es una autorización para que quien llegue haga lo que le plazca. Porque ellos ya forman parte del desorden generalizado. Y aquí aparece esa palabra a la cual muchos le tienen miedo: orden.

Quizás porque relacionen esa palabra con el falso orden impuesto por las dictaduras, o con la promesa del falso orden que pregonan algunos. Porque el orden no es solamente para el último eslabón de la cadena. Por ejemplo, ¿qué van a hacer cuando dicen que hay que traer a las fuerzas armadas para combatir el narcotráfico en Rosario? Aparte de combatir a los narcos violentos en sus puestos de combate (que así debe ser), ¿combatirán también de ese modo a los inversores de edificios, a los lavadores del centro de Rosario, a las cuevas de dólares? El narcotráfico se sostiene en sus estructuras económicas por el otro lado de la sociedad que lo lava y que muchos denominan “negocios”. Y también se sostiene por la gran cantidad de consumidores: si no hay clientes no hay negocio.

Jean Jaques Rousseau, autor del Contrato Social.

 

Entonces el problema no es el narcotráfico, el problema es la hipocresía, que campea por nuestro país de modo impune. El problema es político. Y para solucionarlo hay que estar atentos a la política. Aunque nos harte, nos moleste, nos indigne. Cuando un trabajo no se realiza por vagancia o desidia la consecuencia es negativa. Y la política es un trabajo que le compete a todos, porque estamos decidiendo sobre nuestros intereses y sueños como sociedad. No hacerlo es vagancia. Y la vagancia ya sabemos adonde nos conduce.