“De cierto os digo, que ningún profeta es aceptado en su propia tierra”
(Lucas 4. 24)
“Porque Jesús mismo dio testimonio de que el profeta no tiene honra en su propia tierra”
(San Juan 4.44)
Aquel día en que Jorge Bergoglio se fue con sus pocas pertenencias a Roma a participar del cónclave para elegir nuevo Papa, jamás pensó que nunca regresaría a la Argentina.
Ungido Papa, para sorpresa de los argentinos, se quedó en el mundo, pero no pudo visitar como Santo Padre de la Iglesia Católica su país de nacimiento, esa tierra que lo moldeó para ofrecerlo a la historia como el Papa Francisco.
Que el Papa es peronista, que el Papa es kirchnerista, que el Papa estuvo con la dictadura, que el Papa es amigo de éste o de aquél, que el Papa no condena esto o aquello. Y así se pasaron los días y los años, mientras una cofradía de hipócritas buscaba posar en una fotografía junto a él.
Después vino que el Papa era “el maligno en la Tierra”. Y luego los saludos y las fotos.
Metieron al Papa argentino en las cuestiones miserables argentinas. En fin, el Papa también era argentino y por qué no joderlo con esas cosas.
Parecía que no tomaban en serio que Bergoglio era Papa ¿Cómo va a ser Papa si lo conocían de acá, viajando en subte?, o caminando por las calles de Buenos Aires con sus zapatos deformados.
Mientras tanto, en el mundo que también está loco, pero que no son de tan escasa inteligencia, sabían que había un nuevo Papa y que era diferente.
El Papa Francisco trabajó para que todos estén dentro de la iglesia, pobres, ricos, minorías sexuales, chicos y grandes. Trabajó por disolver los conflictos en el mundo que generaban hambre y dolor. Hasta donde pudo intentó reformar a la iglesia, aunque sea en cuestiones formales. Su actitud albergaba esa llama de cambio que tonifica los músculos institucionales para reaccionar frente a los vaivenes de la sociedad ¡Y qué falta hace en estos momentos mundiales una figura como Francisco!
Cuando una actitud choca contra una mayoría ortodoxa y obtusa es rechazada. No conviene a nadie. Es presencia que genera temor y avergüenza a los malditos.
¿Por qué no regresó como Papa a la Argentina? ¿Será por la misma razón por la cual el general José de San Martín tampoco lo hizo?
Nadie es profeta en su tierra dice la sabiduría bíblica. Al Papa se lo ninguneó demasiado tiempo como para que ahora se arrastren hacia un viaje de despedida.
El día que dejemos de lado el egoísmo encontraremos la grandeza que encontró un sacerdote argentino lejos de estas tierras empobrecidas de espíritu.