En los últimos tiempos se ha hablado mucho acerca de la función de los Estados y ha ganado la crítica de muchos sectores e individuos que opinan en las redes sociales en forma adversa a la función del Estado, ya sea nacional, provincial o municipal. Con la ineptitud de los diferentes gobiernos, que no han sabido convertir al Estado en un gestor óptimo para los tiempos que corren, ganaron terreno las diatribas que sostienen que el Estado no sirve, que hay que dejar que los individuos se manejen en total libertad y que mientras menos intervenga el Estado mejor para la sociedad.
Es más una moda de pensamiento, slóganes lanzados al vacío al ecosistema digital, que discusiones teóricas firmes y con contenidos acerca de las funciones que el Estado debe cumplir para evitar el caos. Ha sido tan fuerte esta corriente de liviano pensamiento que hasta un anarco-liberal como Javier Milei (como él mismo se autodefine) llegó a la presidencia de la nación. Una contradicción de base en sí misma, porque al ser anarco-liberal el primer movimiento que debiera haber hecho es no pretender asumir la presidencia de un Estado, porque justamente la negación del Estado es la base de su pensamiento y no puede detentar justamente el poder que le otorga la misma institución a la cual niega. Pero una vez llegado al poder ha demostrado que el uso del poder del Estado le ha sentado bien.
Al margen de los protagonistas, es interesante rescatar la figura y la prescindencia del Estado en estos tiempos que estamos viviendo y los que vendrán. Si nos sumergimos en la historia de la filosofía política nos vamos a encontrar que pensadores como Hobbes y Rousseau sostuvieron la necesidad de centrarnos alrededor de un estado para evitar “la guerra de todos contra todos”, que es la instancia posible en una situación de disgregación, de anomia, y de injusticia, pues los más débiles serán sometidos por los más fuertes.
Desde los estados absolutistas a los actuales hubieron muchas teorizaciones y un sinfín de situaciones de enfrentamientos y guerras que fueron moldeando la estructura de las naciones. Porque básicamente se reduce al pueblo, el territorio y la soberanía, y es así que el Estado, término utilizado primeramente por Maquiavelo, termina siendo un referente de los individuos para deliberar, encontrar justicia, ofrecer educación, en fin, intentar llegar a cumplir con creces los objetivos individuales y colectivos. El trabajo y la cultura son actividades colectivas y para ello es necesario plantear reglas a cumplir, para que cada uno no haga egoístamente lo que le conviene a sus intereses particulares en desmedro del derecho de los demás. Suena a muy estatista, a colectivista, pero en realidad los Estados, de cualquier parte del mundo, funcionan de esa forma.
Nuestra independencia y desarrollo como país proviene de esa manera de interpretar la política (que es la actividad de la polis griega, de la ciudad) y ha encontrado los canales para las soluciones a los variados problemas. Los primeros miembros de la junta revolucionaria de mayo abrevaron en esa filosofía política que intentaba otorgar orden y conferir sentido a la desorientación ocasionada luego de la caída del Rey Fernando VII.
Se dirá que eran otros tiempos, pero, ¿qué diferencia podría haber con el desorden que vivimos hoy en día con la delincuencia organizada?, ¿y qué decir cuando surgen problemas como los de la pandemia?, ¿o cuando las fuerzas de la naturaleza arrecian contra todo lo creado por las sociedades y hasta a sus propias vidas?
Y respecto al futuro, algunos analistas de las tecnologías, ya vienen advirtiendo que muchas personas se quedarán sin trabajo, y no porque no se han capacitado, sino porque la inteligencia artificial lanzará a la calle incluso hasta a los más preparados. Vendrán más pandemias y más “castigos” de la naturaleza. Y, ¿quién deberá estar presente para asistir el hambre, las enfermedades, la incertidumbre de un mundo que ha olvidado su pasado y promueve el individualismo egoísta? El Estado, es decir, Leviatán, como lo denominó Hobbes, ese monstruo a veces impiadoso cuando los hombres que lo manejan son malos, egoístas o ineptos, o ese tierno monstruo que nos cobija cuando necesitamos salud, trabajo, jubilación, educación, cultura, y cuanto abrigo sea necesario para pasar lo mejor posible esta vida que nos cuesta a veces comprender.
Entre todos podemos ayudarnos, pero siempre y cuando ese Estado esté conducido por gente honesta, solidaria y comprometida con la vida. Lo demás, son anécdotas de la historia.