El debate sobre la legalización del aborto y el resultado que surgió del tratamiento en el Senado de la Nación, ha dejado sensaciones encontradas. Por un lado, el movimiento que impulsó el proyecto, es como si su equipo favorito de fútbol hubiera sufrido una derrota en una final. Por el otro, de los que estaban en contra, festejaron como si hubieran ganado esa final.
Los argentinos siempre nos hemos destacado por vivir los acontecimientos como si fueran partidos de fútbol. La desmedida pasión ha transitado muchos temas a lo largo de la historia. Las vivencias electorales también se suman a esta particular característica de teñir de fanatismos y movilizaciones cuando de decidir sobre un tema se trata.
Y respecto al debate, quizás lo más positivo haya sido haber llevado este tema a la luz pública y tal vez habría que ir más allá y realizar un plebiscito (sobre éste y otras cuestiones), para asegurar que la mayoría (los que ganen) pueda sentirse representada por una ley y la minoría (los que pierden) saber que no debieron sufrir por la decisión personal de sus representantes.
Por supuesto que estas cosas pasan porque se ha perdido hace tiempo la verdadera representación política, es decir, que ante la apatía de muchos ciudadanos de participar en partidos políticos, los mismos han quedado en manos muchas veces de aventureros, de personas sin convicciones, sin honor y sin honestidad, que luego tienen que decidir sobre temas difíciles y controvertidos.
Pero lo más llamativo, y hasta molesto, haya sido el estado de alegre festejo ante un tema de vida y muerte. De uno y de otro lado: por los que sostienen que la muerte está en la mujer que aborta y los que sostienen que la muerte está en el feto por nacer. La cuestión es tan complicada que nos lleva inevitablemente al terreno de la filosofía, donde las creencias o no creencias, la ciencia de un lado y la ciencia del otro, nos pueden dar argumentos a favor o en contra. Y esto ocurre cada vez que los seres humanos nos encontramos ante dilemas muy agudos, en donde decidir puede llevarnos una vida ¿Qué hacer?, ¿qué decir ante tamaña tragedia? Los griegos fueron los exponentes de la tragedia, los que llevaron los grandes dramas existenciales a la luz pública como una manera de soportar lo insoportable, de ahí esa herencia que tiene la civilización occidental de vivir los grandes temas de la humanidad como si fueran esas tragedias griegas en las cuales los actores son observados por los coros, que agitan sus exclamaciones en las dualidades en las que están sumergidos los personajes. Dualidades que discurrían entre lo poético y lo político, entre lo divino y el derecho. Muchos siglos nos separan de aquellos griegos apasionados por la verdad y todavía seguimos viviendo casi los mismos temas con la misma intensidad.