Por Daniel Merchan (*)
“No sé”. A mi amigo Gonzalo Pereyra, lector y crítico de mis notas además de ser Licenciado en RRHH y DT de equipos de fútbol, le gusta esta imagen creada por el humorista gráfico Juan Matías Loiseau, más conocido como Tute, porque para él habla de liderazgo y humildad.
Él dice: “El líder que admite errores y pide ayuda genera confianza. Ser vulnerable te hace más fuerte.
Habla de alguien centrado, que no se manda la parte, que no se cree más que nadie, independientemente de los logros del pasado.
Liderar es servir. Es dedicar tiempo y energía a los demás. Es ser auténtico con los demás y con uno mismo.
Liderar es liderarse”.
Hasta ahora y desde hace dos notas atrás me he dedicado a hablar sobre dos maneras de mirar las cosas o, dicho de otra manera, de encarar la vida. Estas dos son el observar el mundo como víctimas o hacerlo como protagonistas de lo que está pasando y de lo que estamos queriendo que ocurra.
Aunque parezca fácil elegir cuál de las dos posturas se quiere tomar no es tan simple.
Ocurre a veces que las circunstancias nos colocan muy a pesar nuestro en una situación donde somos legítimamente víctimas. Acá no cabe que alguien diga “no te hagás la víctima”. Ya sea porque la persona en quien confiamos nos defraudó y nos estafó, porque fuimos víctimas de un accidente, etc.
Podemos hacer una distinción en “ser víctima” de algo o alguien, de “ponernos en víctima”.
Voy a desarrollar lo anterior reflexionando sobre lo que posible.
¿Es posible ser víctimas legítimas? Pienso que sí.
¿Eso está mal? Creo que no está ni mal ni bien. Así están dadas las cosas, aunque puedo prever acciones para que no vuelva a pasarme en el futuro.
Lo que es improductivo es continuar victimizándose. A partir de que la persona cae en cuenta de lo que está sucediendo pueden pasar tres cosas: puede aparecer la queja (primera expresión de la víctima) o la toma cartas en el asunto (actitud de protagonista) o ninguna de estas dos porque pueden aparecer un sinfín de acciones como tercera opción.
Dicho esto, podemos agregar a nuestra escalada de formas de mirar, la del líder.
Entiendo que la persona puede llegar a dejar de victimizarse, a ser protagonista y a constituirse como líder perfectamente sin ayuda de un Coach. Puede ser idóneo en esto habiéndose construido a sí mismo desde la autonomía, por ejemplo, trabajando duro y con disciplina y eso es digno del aplauso.
Hay quien dice que si a ese trabajo duro y disciplinado le agregamos la compañía de alguien preparado el alcance de ese esfuerzo se multiplica.
El líder es quien además de protagonizar sus elecciones y decisiones acompaña a que su equipo trabaje también protagonizando su labor.
El líder se compromete y convoca al compromiso. Se comunica y sobre todo escucha a su equipo. Confía en las posibilidades que la gente que tiene a su cargo puede desarrollar porque ellos ven, analizan y cumplen con sus tareas desde el protagonista que eligieron ser al menos en este ámbito.
Y digo “al menos en este ámbito” porque quizá haya esferas donde la persona no haya elegido ser protagonista ni líder y lo viva como un alegre dejarse llevar. En este aspecto nadie está obligado a nada.
¿Líder se nace o se hace? Las “tres” cosas son posibles.
Podemos nacer, podemos hacernos, o podemos nacer y sumar el formarnos para construirnos mejorando nuestro liderazgo.
Por eso cada vez que alguien me dice que es una persona que se está formando de manera autónoma me surge felicitarla por su compromiso y esfuerzo para obtener sus logros, aunque no dejo de ofrecerle compañía y capacitación para multiplicar las herramientas que ya tiene.
(*) Coach Ontológico Profesional