Los últimos días han sido agitados no solo en Argentina, sino también en el mundo. Una sensación de cambios tormentosos se suma al cambio climático que, de por sí, ya viene provocando estragos en muchas partes del mundo y promete convertirse en un verdadero azote para la humanidad.
Y a la gravedad que nos regala la naturaleza debemos sumarle la gravedad que nosotros mismos cometemos a través de nuestros representantes políticos. Los habitantes de Estados Unidos hoy tienen un presidente que ha conmovido al mundo con algunas medidas económicas. La gravitación de ese país en el resto del planeta es sabido que desde el fin de la Segunda Guerra Mundial, al entrar en una sorda guerra contra la Unión Soviética. El mundo dividido en dos, entre comunistas y anticomunistas, entre malos y buenos, como si la simpleza de las definiciones nos dieran calma y entendimiento para quedarnos tranquilos. Sin embargo, no todo es tan simple y nunca lo ha sido desde que tenemos conciencia de la historia.
Lo cierto es que a nuestros propios problemas tenemos que sumarles los que generaban los otros, con movimientos subversivos en pro de revoluciones utópicas y los que respondían con golpes de Estados y represiones violentas. Mientras, todos aprovechaban para llevarse nuestras materias primas. Ahora se utilizan otros métodos, más sutiles, con apoyo de la sorprendente tecnología que avanza más rápido que las ciencias morales.
Quizás la última tentación de liberación fue la Guerra de Malvinas, no por las intenciones de un gobierno militar agotado, sino por la resistencia que mostraron nuestros soldados (sean colimbas o suboficiales y oficiales) ante lo que muchos creían que era la fuerza bélica más poderosa del planeta. Pero no hay más fuerza poderosa que la determinación de la voluntad de defender lo que se cree es una causa justa. Y Malvinas lo fue ¡Claro que lo fue!, porque todavía nos intentan convencer que es una causa perdida, que perdimos porque no teníamos nada para pelear y que todos eran “chicos de la guerra”. En realidad, la pésima conducción de los altos mandos fue la causa principal. Hoy, a varias décadas de esa guerra, los mismos ingleses sostienen que la Argentina podría haber ganado esa contienda, por varias razones que sería extenso utilizar en este espacio.
Más allá de ganar o perder una guerra en el campo de batalla, ganamos como pueblo una sensación de que estas ocasiones históricas nos pueden unir y buscar soluciones a nuestros torpes e inendendibles problemas.
Lo que no ayuda es un presidente como Milei, que sostiene una autodeterminación de los pueblos que sabido que es inaplicable, porque los kelpers, los habitantes de las islas, no son autóctonos, son ingleses extrapolados justamente para sostener esa ocupación. Es la clásica acción colonialista que se puede ver en cualquier manual de historia. Entonces, cuando tenemos dirigentes que no están comprometidos con las causas del pueblo, difícilmente puedan encontrar soluciones a los variados problemas que nos aquejan. Y esto ha ocurrido a lo largo del tiempo desde esas islas tan distantes de un país que habita en una sola provincia, en un distrito como es la capital federal.
Las decisiones se toman con los intereses de un solo sector y con los personajes de ese lugar, mientras el resto del país produce y se sostiene con las migajas que ofrecen desde ese poder central. Se cree que la solución es económica, cuando la economía es el resultado de un accionar político y filosófico.
Si tal vez volvieran nuestras miradas hacia esos tesoros ocultos que tiene el pueblo encontraríamos la luz y la salida hacia un futuro mejor. La solidaridad del pueblo argentino con lo que ocurrió en Bahía Blanca es un indicio para saber qué camino debemos transitar de ahora en más.