Por: Luisina Flores Piazza, Mujeres Evita San Lorenzo
Como cada 28 horas, un femicidio. Una mujer asesinada por un hombre que se cree su dueño, su amo y señor y que tiene potestad hasta para decidir por su vida y su muerte.
Un femicidio que es en realidad la punta de un iceberg tormentoso, de miles de violencias más pequeñas, porque el femicidio no empieza y termina con el hecho de matar, los femicidios comienzan cuando los asesinos aíslan a sus víctimas de sus afectos, las violentan psicológicamente haciéndoles creer que no valen, que necesitan de ellos porque si no estarán solas. Los femicidios empiezan por la culpabilización de la mujer por pensar, por decir, por oponerse y viene un golpe, el primero. Y el espiral de violencias incrementa en medio de períodos de “luna de miel” de falsos arrepentimientos, de perdones manipuladores y de cientos de “no sé qué me pasó, no lo voy a hacer más”. Y tampoco culminan con la muerte de la mujer, sino que esta marca solo el comienzo de los maltratos judiciales y policiales.
Mientras tanto: denuncias. El Estado sabe que una mujer está en riesgo y decide ignorarla. De los 104 femicidios que hubo entre enero y abril de este año, el 15% había denunciado y el 7% tenía medidas judiciales. El valor que junta una mujer y el riesgo que significa ir a denunciar es completamente despreciado y ninguneado. Una y otra vez, cuando denunciamos, cuando pedimos órdenes de restricción, las decenas de veces que denunciamos el incumplimiento de esas órdenes de restricción. Y así es como nos violentan los machistas y el Estado. Machista.
No solamente somos ninguneadas, sino que somos entregadas a la muerte. En el 60% de los casos el agresor es la pareja o ex pareja de la víctima. Son agresores particulares, no son agresores desconocidos. Son agresores que pueden jugar con nuestros sentimientos, que conocen nuestros movimientos y muchas veces nuestra forma de pensar. Además, el 51% de los femicidios ocurren en la vivienda de la víctima, el 11% en la vivienda que la víctima comparte con su agresor y el 6% en la vivienda del agresor. Nos matan en los lugares que concurrimos habitualmente. El hogar de las mujeres violentadas no es un lugar seguro, no es un refugio, sino que es el lugar donde probablemente un femicida decida cargarse la vida de una mujer porque es mujer.
¿Nora? Para el Estado es una estadística, se cumplieron las 28 horas desde el femicidio anterior y a alguna de nosotras le iba a tocar. No importó que haya pedido ayuda, que haya denunciado. Al Estado no le importa, se queda de brazos cruzados esperando el siguiente femicidio, para que se denuncie la desaparición y otro fiscal (en este caso, Damián Carlos Cimino) investigue sin perspectiva de género, dándole tiempo al agresor para planear su fuga.
Y así es como las mujeres nos volvemos a organizar a través del dolor y nos volvemos a encontrar en la calle, volvemos a gritar, a decir que tenemos miedo. Hoy gritamos por Nora, por su memoria, porque queremos que sea la última, porque estamos hartas.
*Fuente: Ahora que si nos ven.